Emma Lomoschitz


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¿Qué significa para tí el apellido Lomoschitz?
-  Significa mucho. Significa la familia que es muy importante. Es mi vínculo con Hungría, que también es muy importante. Es, digamos, la mitad de mi vida. La otra mitad es mi otro apellido, pero como siempre he vivido en España, mi parte española digamos que la tengo más integrada. No nos vemos siempre, pero sé que la familia está ahí. La parte Lomoschitz es más personal. Ahora mismo ya no quedan casi.

-  ¿Conociste tus familiares en Hungría?
-  Sí, los he conocido. Cuando yo nací, mi abuela, la madre de mi padre, estaba aquí viviendo en casa y fundamentalmente hablaba conmigo en húngaro. Así, el inicio de mi vida fue una inmersión total. Después también estuvo una hermana de mi padre y mi padre, es decir tres personas hablando en casa en húngaro.

Como las hermanas de mi padre eran mayores que él y sus primos más o menos de la su edad, hemos ido varias veces a Austria y también a Hungría. Mi padre mantenía mucho contacto, todo lo que podía. Él ejercía de intermediario: de dos horas que hablaba con su familia, nos daba una versión resumida. Entonces sí que tengo información sobre la familia, pero no toda la que me hubiera gustado.

-   ¿Fuiste alguna vez a Hungría?
-   Sí, hemos ido, hemos ido varias veces a Hungría, no tanto como me hubiera gustado. La última vez que estuvimos, fue un solo día. Estuvimos viendo la casa de mi padre, en la que vivía de pequeño. Pasamos por allí y estuvimos hablando con el actual propietario. Verdaderamente fue importante porque pude ver el escenario de su infancia.

-   ¿De dónde era tu padre?
-    Nació en Szombathely, pero la familia vivía en Szentgotthárd. Él vivió en Budapest en los últimos dos años, en casa de sus primos, mientras estudiaba.

-   ¿Tuvo tu padre alguna influencia sobre tu carrera?
-  Sí, sí, sí. Bueno, creo que toda la familia. Yo no pensaba hacer arquitectura. Él era ingeniero industrial. Mis abuelos por parte de mi padre habían sido profesores y maestros. A mi madre también le gustaba dibujar, a mi abuelo por parte de mi madre también. Me gustaba muchísimo dibujar y me gustaban mucho los animales. Pensé hacer veterinaria o Bellas Artes. Mi padre siempre me decía que hiciera arquitectura.
Yo lo que veía en arquitectura, eran los edificios monótonos, no le veía ningún atractivo. Y los proyectos, los documentos con los planos habitualmente oliendo a aquella época de amoniaco. Lo que sí me gustaba era el espacio, imaginar el espacio. Me gustaba ponerme tumbada y mirar los techos y pensar que podía recorrerlos al revés.

Mi padre me conocía bien, insistió mucho. Yo me resistí hasta el último momento y al final me presentó a un amigo suyo que era arquitecto, para que hablara con él. Me fié de él y decidí probar. La primera semana ya me di cuenta de que no podía estar en un sitio mejor. Teníamos cinco asignaturas de dibujo.

-    ¿Qué carrera hiciste?     
-   Arquitectura general. Me daban la opción de arquitectura interior, pero mi padre tenía una premisa que a día de hoy comparto con él: en caso de duda, tienes que coger lo más difícil, porque después siempre hay tiempo de cambiar. De esta forma ves hasta dónde puedes llegar.

-    ¿A qué te dedicas?
-    Empecé en el año 76 la carrera. Había dos especialidades en su momento que se diferenciaban en el último año: edificación y urbanismo. Hice las dos. Urbanismo era más de letras, más relacionada con la ciudad, con el paisaje. Edificación era más de estructura, más de ingeniería.

-  ¿Y después de la carrera?
-  El Proyecto Fin de Carrera yo creo que es el momento más bonito. Quizá el más duro también. Es cuando integras todos los conocimientos. Yo tuve la suerte de que me pusieron un tema precioso, un palacio, el Instituto de España en el Gran Canal de Venecia. Fuimos de viaje a Venecia una semana para verlo. ¡Era un tema tan bonito y un sitio tan bonito! Trabajé 8 meses en el tema, y finalmente me pusieron sobresaliente.
Así que pude pedir una beca para un curso de intervención en el patrimonio, sobre todo el tema de rehabilitación y todo lo que tiene que ver con el patrimonio arquitectónico, la restauración, la patología, descubrir un edificio a través de sus grietas, de sus fisuras, qué problemas puede tener. Era un tema bonito. El curso duró un año completo.
Después de eso, hice unas oposiciones para el Ministerio de Cultura. Aprobé, pero no tenía plaza fija así que estuve dos años en el Ministerio de Cultura trabajando en arquitectura, una año en Museos y otro en Patrimonio. En el año 90 incluso me encargaron un monasterio para restaurar.
Mientras tanto, había estado haciendo los cursos de doctorado. En ese momento se elegían los temas en función de lo que te parecía más interesante. Inscribí la tesis en el 91 y solicité la plaza en la escuela de Arquitectura. Así que llevo dando clase desde el año 91. Son ya casi 29 años y mientras tanto he seguido trabajando por mi cuenta. En el 92 ganamos un concurso importante con otro compañero, también que había hecho ese curso de patrimonio.

Entretanto conocí a mi marido. Como no nos daba tiempo de vernos, nos veíamos a la hora de la comida y a la hora de la cena. Un día dijimos que mejor nos casamos y así desayunamos juntos también. Eso fue en el año 93. Yo seguía todavía entregándo los proyectos del concurso y todo el día trabajando. Nos casamos el verano, en julio de 93. Después inmediatamente, porque no nos dio tiempo de nada, nació María, en septiembre del 94. Desde entonces no hemos hecho más que inmersión total familiar. Sigo trabajando en arquitectura, sigo dando clase en la escuela y sigo con la inmersión familiar.

-   Has hecho muchas cosas.
-   Bueno, tengo la sensación de que no me ha dado tiempo de nada.

-   ¿Cuántos hijos tienes?
-    Tengo cuatro hijas.

-    ¿Y cómo aparece o cómo influye en tu día a día tu ascendencia?
-   Yo creo que influye mucho. Una vez me enfadé con un niño cuando me dijo que mi padre no es español. Estábamos en un parque jugando. Recuerdo darle un empujón tan grande que el niño se quedó sentado, porque me pareció tan impertinente.
Nunca he tenido sensación de sentirme discriminada. Ni por mi procedencia, ni por ser mujer. Simplemente no he dado opción. Yo creo que tenemos derecho a participar en todo. Esa cosa que me dijo este niño y esas cosas de que tú no juegas porque eres niña, yo lo he rechazado siempre de plano. Hice una carrera donde fundamentalmente había muchos más chicos que nosotras. Un 75 por ciento de chicos y 25 por ciento de chicas.

Creo que la forma de ser de mi padre me ha influido en mucho. No quiero decir que los españoles no se tomen las cosas en serio, pero de mi padre aprendí a ser híper racional. Después, un tema de autodisciplina, de exigirte; de disfrutar sólo cuando tienes hechas las cosas que tienes que hacer.

Lo que sí tenía con él, era un conflicto con la puntualidad. Cuando he recibido clases de húngaro, he entendido mucho de lo que no entendía. Mi padre en el cálculo del tiempo era mucho más estricto. Crecí con la sensación de siempre ser inpuntual, realmente no lo soy tanto, pero nunca es suficiente perfecto todo.

Para mí, Hungría tiene un punto nostálgico y un punto sentimental que quizá no es real. No es sólo una opción cultural, sino que es una opción también sentimental.

- Tus hijas son ya tercera generación. ¿Qué relación tienen con Hungría? ¿Qué sienten acerca de la tierra de su abuelo?
-  Nosotros somos dos hermanos y mi hermano, por ejemplo, no vivió ni con mi abuela ni con mis tía. Con lo cual tenía una cierta relación con Hungría, pero una relación más colateral. Cuando murió mi padre, me sentí un poco con la sensación de haber perdido no sólo a mi padre, sino toda la relación con Hungría.
En casa de mi padre siempre ha habido libros en húngaro, música en húngaro, cuando llamaba por teléfono alguien, él hablaba en húngaro evidentemente. Aunque quería haber ido con él y con las niñas a Hungría, no lo conseguí. Mi padre era muy independiente y yo creo que no estaba acostumbrado a amoldarse a tantas personas. Mi padre no estaba acostumbrado a la familia numerosa.

Sin embargo, en su casa sí que ha habido costumbres y celebraciones que mantuvimos, a lo mejor sin decir que eran húngaras. En Navidades siempre venia el Niño Jesús, celebramos San Nicolás, la Pascua. También habíamos tenido mucha relación con mis tías que vivían en Austria pero que seguían siendo húngaras.

Mis hijas, a través de la Asociación Madách, han reconectado con sus raíces, están entusiasmadas. Para mí fue importantísimo.

Últimamente, como tenía que entregar la tesis y por una serie de cosas y de imposibilidad de horarios, no he seguido con el estudio al húngaro, pero las cuatro han dado clases. Han viajado con los viajes de verano y dos de ellas seguían dando clase en la Universidad, con el lector húngaro. Han disfrutado muchísimo. Les encantan los bailes húngaros, les encanta la repostería húngara, la artesanía, el campamento de verano. Me alegra mucho porque lo han redescubierto.

-  Y Jesús, tu marido, ¿qué opina sobre los húngaros?
- Yo creo que le sorprende. En general, a mis amigos e incluyo a Jesús como amigo, aunque es además mi familia, casi todo el mundo tiene una gran admiración por los húngaros. Yo creo que esto es bueno decirlo desde fuera. Hay en general entre los españoles una gran admiración por los húngaros, porque son gente coherente, porque son gente valiente, porque son gente trabajadora, gente idealista. Estuvimos en Budapest hace dos o tres veranos. Hicimos una inmersión de diez días. Y verdaderamente, cuando ha ido conociendo más la historia de Hungría, todavía la admira más.

- ¿Hay algún tópico, alguna anécdota que le vincula al país?
- Mi familia es medio andaluza, aunque mi madre lleva viviendo desde los diez años en Madrid. Mi marido resulta que también es de una familia medio andaluza por parte de madre, que también se llama Carmen como la mía. Sin embargo, su padre es de origen vasco. Él coincidía mucho con mi familia húngara. Era profesor de colegio, después se hizo catedrático de latín, era un entusiasta de la filología. Hay una corriente de la filología que vincula el húngaro con con el vasco en algunos conceptos. No se sabe el fundamento real del asunto. El tema de los vascos en España se ha exacerbado para un tema de separatismo pero siempre los buenos vasco han sido y se han sentido muy españoles.

A Jesús lo que le admira es el patriotismo de los húngaros. Eso nos puede a todos. Igual nos pasa con los polacos. Es una especie de admiración que ya tienes de antemano. Él tiene una gran admiración por esa coherencia, que no se deja llevar por las modas de lo políticamente correcto, defender la familia, defender los ideales, defender el trabajo, la gente honrada vinculada a sus raíces, le impresiona mucho. Gente orgullosa de su pasado, orgullosa de su futuro. No le importa esforzarse. Capaz de ir a todo el mundo y donde llegue un húngaro, se integrará y seguirá siendo húngaro.

Además, tener raíces húngaras te lleva a hacer una especie de colección de los que también tiene origen húngaro. Es gente muy creativa, muy abierta, muy, muy vital. Igual que el polaco, no es un pueblo superficial, por tanto sufre con las cosas. También es un pueblo con mucha raigambre, con mucha capacidad de reponerse y de ver lo positivo.

-  ¿Y tú también tienes estas características?
- Bueno, no sé. Sí que es cierto que cuando una cosa no está bien, o cuando hay una injusticia, sufres aunque no te toque directamente. También, quizá, hay un cumplimiento del deber un poquito más allá de lo de lo que se espera. Había un arquitecto, José Antonio Coderch, que hablaba de la nobleza. José Ortega y Gasset decía que noble es el que se exige. La reflexión de Coderch es que noble es el que no se permite determinadas cosas aunque el resto de la sociedad lo acepte o incluso la ley lo admita.

Durante mi tesis investigué la relación de los húngaros con el impero romano que es un tema interesantísimo. Todo lo relacionado con Hungría podríamos considerarlo como mi afición a parte de mi trabajo. Hay una cosa muy curiosa. Toda la vida nosotros nos saludábamos con szervusz que ahora parece que es una expresión más bien antigua, pero a mí me gusta mucho. Su equivalente sería “a su servicio”. Me gusta porque tiene una implicación de que puedes contar conmigo para lo que necesites.